"Nunca cederemos la tierra judía"
La derecha
israelí dio la réplica la noche del domingo a
la movilización que la izquierda protagonizó la semana pasada en Tel
Aviv. Unos 15.000 seguidores del primer ministro, Benjamín Netanyahu, y de
partidos afines se reunieron en la misma plaza de Isaac Rabin donde 40.000
personas acudieron el día 7 bajo el lema “Israel por el cambio”. Esta vez la convocatoria
estuvo en manos de la llamada Plataforma por la Tierra de Israel, que encuadra
a la derecha nacionalista.
Netanyahu
intentó seducir a los votantes de centroderecha que han dado la espalda al
Likud y han huido hacia otros pequeños partidos. Tras insistir en su tesis de
que una conjura internacional con una “masiva fortuna” está intentando
descabalgarle del poder, advirtió a sus partidarios de que el centroizquierda
tiene margen para conquistar el poder si no se movilizan el martes en las urnas.
“Nosotros no nos retiraremos de nuestra tierra”, advirtió ante un público entre
el que se encontraban numerosos colonos judíos.
El jefe de
Gobierno ya había reconoció a una emisora de radio que “la derecha está
dividida en Israel y tiene que unirse en torno al Likud”. Pero desde su propio
partido han surgido ya voces críticas contra la mala gestión de la campaña
electoral. La disidencia interna arremete también contra la arriesgada apuesta
que supuso su intervención ante el Congreso de Estados Unidos, en un claro
desafío al presidente Barack Obama y a su estrategia de negociación de un
acuerdo nuclear con Irán.
Yuval
Diskin, que colaboró con Netanyahu como director del Shin Bet
(contraespionaje), ha asegurado que el laborista Herzog tendrá que volver a tender
los puentes rotos con Washington. Diskin cuestiona en particular “el daño que
ha supuesto para Israel el deterioro de las relaciones de con Estados Unidos”.
Otro
asistente a la concentración de Tel Aviv, el líder del partido Hogar Judío y
ministro de Economía, Neftalí Bennet, afirmó: “No cederemos ni un centímetro de
tierra”. El dirigente ultraconservador reiteró su oposición a la solución de
los “dos Estados” para resolver el conflicto palestino, y su rechazo al
abandono de asentamientos judíos en zonas no consolidadas de Cisjordania, como
propone la Unión Sionista de Isaac Herzog y Tzipi Livni.
Los
responsables municipales de asentamientos como Binyamin, Har Hebrón o Gush
Etzion subvencionaron viajes en autobús para los colonos que quisieran acudir a
la convocatoria de Tel Aviv, según informó el diario Haaretz. “Debemos hacer
algo”, escribió en una circular un dirigente local de Har Hebrón, que pidió el
voto para “los partidos que consideran los asentamientos como una misión
nacional”.
***
La seguridad frente al conflicto ya no garantiza ganar elecciones en Israel
“La gente
está harta de [Benjamín] Netanyahu”, proclamaba el sábado por la noche en el
segundo canal de la televisión israelí el laborista Isaac Herzog, quien por
supuesto se ofreció como alternativa. En vísperas de las legislativas de
mañana, el primer ministro conservador y el cabeza de lista del centroizquierda
se cruzaron acusaciones —Herzog, en el estudio, y Netanyahu, en directo desde
su residencia oficial— en lo más parecido a un debate cara a cara que se ha
visto en la campaña electoral.
“Van a
capitular pronto ante las presiones internacionales”, tronó el líder del Likud,
para acusar a su rival y a su aliada en la Unión Sionista, la exministra Tzipi
Livni, de no apoyarle “ante el inmenso esfuerzo de seguridad emprendido” y de
estar dispuestos a retirarse de Jerusalén oriental y volver a las fronteras
anteriores a la guerra de 1967.“La comunidad internacional conoce su debilidad
y no acepta sus planteamientos”, le replicó un Herzog que ha ido creciendo en
los sondeos a costa de su oponente. “Los palestinos han detectado esa debilidad
y por eso han adoptado medidas internacionales”, remachó el laborista.
Netanyahu ha
intentado llevar a su terreno la campaña, que inauguró el día 3 con su polémico
discurso ante el Congreso de EE UU. Pero el debate centrado exclusivamente en
la agenda de seguridad se ha mostrado contraproducente para sus expectativas
electorales. Tras encabezar todas las encuestas al disolver hace tres meses la
Knesset (120 escaños en total), el Likud (20 diputados) se ha visto sobrepasado
en el último sondeo autorizado antes de la jornada electoral por la Unión
Sionista (24 escaños), que ha concurrido a los comicios con un programa de
corte social y ha preferido pasar de
puntillas sobre la cuestión palestina o la seguridad regional.
Aunque los
datos macroeconómicos son positivos —con un crecimiento del PIB del 2,9% en
2014, una tasa de desempleo que se sitúa en el 6% y una renta per cápita de
38.000 dólares en el pasado ejercicio—, la desigualdad social no ha dejado de
acrecentarse desde que Netanyahu llegó al poder en 2009. El alto precio de las
viviendas, de los productos básicos de alimentación y las elevadas comisiones
bancarias han extendido el malestar social desde el estallido de indignación
social que conmovió en 2011 a la sociedad israelí.
La carestía
de la vivienda irrumpió precisamente en la campaña electoral con un informe del
Interventor General (defensor del pueblo), que constataba un aumento de un 55%
del precio de compra entre 2008 y 2013, y de un 30% en los alquileres. Un piso
de tamaño medio en Tel Aviv cuesta 650.000 euros, 440.00 en Jerusalén y 330.000
en Haifa (en el norte del país), mientras que un salario tipo ronda los 2.200
euros mensuales. De manera que un israelí necesitaría como mínimo los ingresos
de 12 años de trabajo para adquirir una vivienda, frente los ocho necesarios en
España o los seis de EE UU.Los analistas atribuyen el recalentamiento del
mercado inmobiliario a la presencia de inversores locales y extranjeros, que se
ven atraídos por los bajos intereses de los préstamos hipotecarios.
Los partidos
de izquierda y de centro están haciendo hincapié en este grave problema social
para echar el anzuelo en los caladeros de votantes del Likud desencantados por
la gestión del Ejecutivo.Moshe Kahlon, que fue ministro de Comunicaciones con
Netanyahu antes abandonar el partido gubernamental tras las protestas de los
indignados en 2011, presenta ahora con su nuevo partido centrista, Kulanu, un
programa para fomentar la competencia económica y poner fin a situaciones de
cuasimonopolio, como ocurría antes en el sector de la telefonía móvil. Kahlon
debe su popularidad —que le permite contar con hasta 10 escaños, según los
sondeo— en la fuerte rebaja de tarifas que propiciaron las medidas
liberalizadoras que adoptó en los servicios de telecomunicaciones.
Si se
confirman sus buenas expectativas, el líder de Kulanu puede llegar a tener la
llave para cerrar un acuerdo de coalición tras las elecciones de
mañana.Netanyahu es consciente del auge que está cobrando su antiguo ministro y
por eso se apresuró ayer a ofrecerle que sea su mano derecha para asuntos
económicos. “Independientemente del número de escaños que obtenga, le
reservaría la cartera de Finanzas si tengo que formar de nuevo Gobierno”,
declaró el primer ministro a la Radio estatal israelí.Pero el primer ministro también
comienza a buscar culpables para una eventual derrota en las urnas, al acusar
en cada una de sus intervenciones a Gobiernos y magnates extranjeros, cuya
identidad no ha desvelado, de estar financiando con “miles de millones de
dólares” a sus rivales políticos para apearle del poder.
***
Sonrisas y lágrimas para entender el conflicto árabe-israelí
Los árabes
representan el 20% de la población de Israel. Lo dicen las estadísticas. Y lo
deja claro Eran Riklis, justo al principio de su película. De hecho, es la
primerísima frase de Mis hijos. “Ante todo, los hechos. Y luego puedo contarte
la historia. Quería que el público entendiera que el filme va de ciudadanos que
viven con nosotros, en la puerta de al lado, y sin embargo son transparentes”,
afirma el director (Jerusalén, 1954). Con esta idea el cineasta nacido en
Israel pero que ha vivido en medio mundo, celebrado por El limonero y La novia
siria, vuelve a filmar su tierra y sus contradicciones.
“La gente no
se fía de los árabes, los odia, piensa que están en contra de nosotros. También
hay falta de conocimiento, que lleva a los prejuicios y al conflicto. Y lo
mismo al revés, en cómo ese 20% ve a los judíos israelíes”, añade el director.
Para cocinar tanta carne en el asador, Riklis ha escogido su receta favorita:
buscar el lado humano. Así, Mis hijos tiene de fondo los años setenta y el
eterno conflicto entre Israel y Palestina. Sin embargo, el filme pone el foco
en Eyad, un joven palestino tan brillante que acaba en un prestigioso colegio
judío en Jerusalén. Gracias a una beca, el niño no paga por su formación, pero
sí sufre el precio de la discriminación, hasta el punto de discutir su propia
identidad.
“La película
muestra la realidad de una persona. Las cosas extremas ocurren pero no es que
vayas por la calle y cada minuto te peguen por árabe o israelí. Así que tampoco
quería pegarle al público, darle un sermón”, asegura Riklis. Lo que para él es
búsqueda de otro código, para la revista Variety es excesiva dulzura. El
director responde: “La gente está cansada del conflicto de Oriente Medio. Puede
pensar:’ ¿Otra película sobre eso?’. Así que tienes que contar algo diferente y
accesible. Busqué el equilibrio entre alcanzar a un público amplio y mantener
la integridad”. Pese a su supuesta amabilidad, Mis hijos iba a abrir el
festival de cine de Jerusalén y fue sin embargo trasladada a una proyección
menos destacada, justo mientras Israel invadía la franja de Gaza. Así como
también, por decisión del propio director, el estreno previsto para el pasado
julio fue retrasado unos meses después de que Israel encontrara los cadáveres
de tres jóvenes secuestrados por un comando vinculado a Hamás.
Y eso que en
el filme Riklis mantiene su habitual estilo tragicómico. De ahí que en Mis
hijos haya amores rotos e insultos raciales pero en la sala se pueda sonreír.
“Si miras a Israel, la realidad es deprimente. Donde la gente muere y sufre es
fácil pensar que no hay razones para vivir, así que necesitas el humor para
salir de esa vorágine”, agrega Riklis. De hecho, el director considera la
ironía como un gran recurso cinematográfico. “Un chiste irresistible te implica
y una vez que estás dentro de la historia no puedes escapar. Entonces puedo
traerte la parte triste y la aceptas”, relata.
En su
defensa del humor, Riklis afirma que no debería tener límites: “El único es la
violencia, en cuanto hagas algo que dañe físicamente a otra persona, allí
tienes que parar, o ser parado”. Llevado a la actualidad, su discurso respalda
el derecho de Charlie Hebdo a reírse de Mahoma, aunque el director entienda la
rabia que pueda suscitar en el mundo árabe. Riklis sentencia sin embargo que a
un ataque de humor se responde con la misma arma. No, evidentemente, con fusiles
y 12 muertos.
Aun así, el
director también apunta a otro filtro en la lupa que analice la actualidad. “A
menudo, nos falta perspectiva. Llega el atentado de Charlie Hebdo y pensamos
que es lo más extremo que haya ocurrido nunca. Y a lo mejor ese mismo día
murieron 4.000 personas en África”, defiende Riklis. El cineasta adapta la
misma filosofía al conflicto entre Israel y Palestina, así que subraya como
guerras mayores han sido resueltas en el pasado.
Entonces,
¿por qué no ocurre? “El tiempo de Netanyahu [el actual primer ministro] se ha
acabado. No ha hecho nada bueno. Israel ha gastado demasiado tiempo en no hacer
nada. Es fácil esconderse tras la culpa del otro. Es hora de que alguien se
levante y diga: ‘Basta”. Una vez más, lo que cuenta Riklis, ya sea detrás de la
cámara o en una entrevista, suena bien. Pero, ¿ese alguien saldrá de las
elecciones de la semana próxima en Israel? “No veo a nadie con esa habilidad en
la política de mi país, ni en el frente árabe. No hay ahora mismo ningún líder
en el mundo del que piense: ‘Es el próximo que cambiará las cosas de verdad”.
La escasa fe
del cineasta en los políticos es inversamente proporcional a su amor por sus
colegas. Riklis defiende todo tipo de película y director. Absolutamente todos.
“Soy un adicto al cine. Nunca salgo antes de una sala porque siempre puede
haber algo, aunque sea un plano, interesante. Da igual que hagas Toy Story 10 o
un filme español exotérico, la gente quiere contar historias”, agrega. El
director sostiene que su profesión es “una de los más duras”, entre las
dificultades del rodaje y la financiación y las emocionales que puedan proceder
de malas críticas o falta de público. Por eso, dice, respeta a todos sus
colegas. “Al final cada filme, ya cueste 500 dólares o cien millones, va de
creérselo. Y nadie quiere hacer una película mala”.
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