viernes, 26 de abril de 2013

Herejes sectarios...


Antares de la Luz:

 el perfil del líder de la secta de Colliguay

Logró que lo mantuvieran, sedujo a los padres de sus discípulos y sometía a sus integrantes a rituales de sexo y droga.

Antares de la Luz, o Ramón Gustavo Castillo Gaete (36), lideraba la más macabra de las sectas en la historia policial de nuestro país. No sólo por el nivel de sumisión que lograba entre sus seguidores, sino porque fue capaz de sacrificar a un recién nacido.

El eje del grupo, integrado por 12 personas, estaba basado en el consumo de drogas y el sexo. A través del ayahuasca, este profesor de música lograba que sus seguidores lo mantuvieran y que las mujeres se entregaran en cuerpo y alma exclusivamente a él.

En los ritos sexuales, sólo él mantenía relaciones con las mujeres. No vivían juntos, se reunían cada cierto tiempo en alguna de las propiedades de veraneo de sus integrantes y sometía a las mujeres al sexo oral.
Mientras ellas lo satisfacían, los varones sólo miraban. Después las obligaba a tragar su semen, pues aseguraba era la única forma de sacar el mal de su cuerpo.

Los días siguientes, las mujeres estaban en un período de recogimiento y debían rasurarse completamente para que él, en forma alternada o simultánea, mantuviera relaciones sexuales.

Nadie se oponía y si por alguna razón encontraba resistencia entre los hombres, los sometía a 45 golpes con una tabla. El que lloraba, se hacía acreedor de otros tres tablazos.

También encantaba a los padres de sus seguidores
Ramón Castillo, cada cierto tiempo, ofrecía un asado a los padres de sus discípulos, quienes estaban agradecidos de la buena influencia del hombre sobre sus hijos.

La mayoría de los integrantes de esta secta provenía de familias acomodadas y, por lo tanto, no fue difícil la sobrevivencia del grupo.

Uno de los seguidores, incluso, logró que sus padres vendieran una parcela en 12 millones de pesos para entregarlo a los fines de Antares de la Luz.

Los pololos que sacrificaron su amor
Este hombre reclutó una pareja de pololos, Natalia Guerra -madre del niño sacrificado- y Pablo Undurraga, de 30 años.
Los sedujo y convenciéndolos de su origen santo logró que la mujer sólo se entregara a él, fue así como ella terminó en cinta. Ambos participaron del sacrificio, el joven está prófugo.

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