LOS VALORES DE LA FAMILIA
Hablar de inmoralidad o de valores de la
Familia es un tema muy profundo, como profundo es cuando no se tienen se sufren
las consecuencias con el paso del tiempo y de los años.
Valores que también son mal tratados en las
Iglesias cuando los “Ministerios” son verdaderas mafias o cuando el Pastorcito
corre con colores propios y se vuelve un sectario o un dictador.
Valores que en el hogar deben comenzar por la
educación y el respeto mutuo, Padres e hijos, Hijos y Padres; colegio, trabajo, Iglesia, en la calle… en donde estemos y con
quien estemos.
¿Estamos
enseñando valores cristianos en la familia?
El cristianismo tiene grandes valores y
principios que no se les iguala. Los valores e intereses espirituales y morales
están muy por en cima de todos los demás valores e intereses materiales y
sociales.
La
verdadera familia cristiana es aquella en que se le
concede al Señor Jesucristo su justo y debido lugar, como Salvador, Señor,
Maestro y Jefe. Es donde se lee, se estudia, se aprende y se medita la Palabra
de Dios, donde se enseñan las gloriosas verdades del Evangelio y se imparten
los altos principios y valores del cristianismo. Es donde se practica la Palabra, se vive el evangelio y se entrega la
doctrina cristiana con un testimonio santo; y donde se oye la oración y la alabanza al Señor. Allí se siente el
ambiente del cielo, pues se realiza la presencia de Dios. Para que el hogar sea
cristiano en verdad, Cristo tiene que reinar en él; sus sagradas enseñanzas
tienen que impregnar las vidas de los que lo componen, y viene a ser un
poderoso baluarte espiritual y moral y sostén para la iglesia, la comunidad y
el estado.
La Iglesia que se forma de hogares
verdaderamente cristianos, es una iglesia fuerte, bien establecida, poderosa y
de una influencia benéfica, espiritual y moral, en la comunidad y en la nación.
Nosotros, los padres, somos los responsables
por la enseñanza de los principios y valores cristianos a nuestras familias. No
olvidemos que el hogar es la primera escuela, donde los padres somos los
primeros maestros de nuestros hijos, tanto en lo espiritual, moral, intelectual,
social y material.
Se dice que hay pocos hombres para gobernar
ciudades y naciones; pero cada padre está indefectiblemente obligado a gobernar
sabia y prudentemente a su familia con la enseñanza de los valores cristianos,
para tener un hogar bien fundamentado y una familia de principios, con
propósitos y significado. Montesquiu dice: “La familia virtuosa es una nave que
durante la tempestad está sujeta por dos anclas: la fe — la confianza en Dios,
y las buenas costumbres, basadas en buenos principios”. ¡Y qué mejores
principios que los que nos legó Jesucristo, el Maestro de maestros: el Sermón
del Monte, y cuánto más.
La familia cristiana es evidentemente un complemento
de nosotros mismos, padres cristianos; más grande que nosotros mismos, que
existe antes que nosotros, y nos supervivirá, con lo que de mejor hay en
nosotros; esto, si los instruimos, impregnamos y les saturamos con las bellas y
sublimes palabras de vida eterna. “Los entendidos resplandecerán como el
resplandor del firmamento; y los que enseñan a justicia a la multitud (pongamos
aquí a la familia), brillarán como las estrellas a perpetua eternidad” (Daniel
12:3).
Ilustración: Susana, madre de la numerosa
familia Wesley, fue sabia y persistente en enseñar a sus hijos los valores
cristianos. ¡Qué buen empeño! ¡Qué buena inversión de amor, tiempo y paciencia!
Los grandes y permanentes resultados, con proyecciones eternas, no se hicieron
esperar mucho en las vidas y los ministerios de sus hijos.
El buen hogar es la mejor entre todas las
escuelas; y no sólo en la niñez y la juventud, sino también en la edad madura.
El primero y mejor plantel de la enseñanza de valores cristianos y la
disciplina moral y espiritual, es el hogar; luego viene la escuela pública o la
privada, luego la iglesia, la comunidad, y por último, la gran escuela de la
vida práctica, la sabia convivencia — vidas con propósito, sentido y
significado. Vasos para los usos del Señor.
Afirmamos que el padre y la madre son los
primeros mentores de sus propios hijos; son los pilares maestros sobre los que
se sustenta el hogar y la familia. Este será estable y digno, si cumplen a
cabalidad su deber ineludible, de enseñarles los valores cristianos. De otro
modo, o de no ser así, el hogar y la familia amenazarán a ruina. Hay muchos que
ya están en ruinas.
Hay muchas familias en ruinas, por no haber
enseñado las verdades, valores y principios cristianos. El primero es: “Y
amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus
fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las
repetirás a tus hijos…” (Deuteronomio 6:5-6). Como pastores de nuestras ovejas
nuestro trabajo principal es darles comida—un trabajo continuo y de mucho
cuidado—cuidado de sus almas por la oración y un ejemplo piadoso, preparando
sabiamente ese alimento para que lo puedan recibir, con gentileza, pero con
autoridad, con pasión, ansiando la salvación de sus preciosas almas. El Cristo resucitado
dijo a Pedro: “Apacienta mis ovejas” (Juan 21:15-17). ¡Cómo da lástima ver a
jovencitos, niñas y señoritas sin principios, ni nociones de valores
cristianos, carentes de conceptos morales y espirituales, que apenas empiezan a
despertar a los instintos más nobles de la vida, al tiempo de la formación
moral, cómo se precipitan por la pendiente de la inmoralidad y del amor libre,
sólo por placer, sin ningún sentido de responsabilidad y del deber; y sin nada
que pueda detenerles al final! ¿Qué le falta a nuestra gente? ¿Cultura?
¿Educación? ¿Religión? Es bastante más profundo que eso: ¡Les falta
regeneración, nuevo nacimiento, conversión, vida nueva! Que el Cristianismo con
sus valores, principios y grandes recursos, dé en el blanco, que llegue hasta donde
deber de llegar. No sólo a la mente; ni es su fin cambiar las condiciones
sociales de la gente. Eso hará, y mucho más, si con la enseñanza del evangelio
y todas las enseñanzas de la Biblia entera, con la ayuda de Dios, apuntamos y
llegamos al corazón de nuestros hijos. Y al hacer impacto en cada hijo, se
producirá un cambio de vida, la regeneración que es lo que queremos y buscamos.
¿Estamos seguros de que son salvos nuestros hijos? Es lo que debemos estar
anhelando desde que nazcan, mientras buscamos cada oportunidad de ayudarles a
llegar a esa decisión eternamente vital. Sabemos que es obra del Espíritu
Santo, usando como medio o instrumentos a los padres, el altar de familia, a la
Escuela Dominical, el púlpito, el consejo del amigo o hermano en Cristo.
Hagámoslo asunto prioritario, inaplazable; será ahora o nunca. ¡Que no
lleguemos tarde!
El inculcar las verdades de la Palabra de Dios
en la mente y el corazón de los hijos, tiene un impacto especial en sus vidas,
y éstos ejercen una influencia cristiana poderosa por generaciones en la
familia.
Ilustración: En la familia de Andrés Murray,
misionero en el África, hubo 11 hijos: 5 llegaron a ser pastores, y 4 de las
hijas, llegaron a ser esposas de pastores. La siguiente generación fue aún más admirable,
porque 10 nietos fueron pastores y 13 misioneros. El secreto de esta familia
extraordinaria fue la gran influencia cristiana en el hogar, donde se enseñaron
los valores cristianos, se obedecía la Biblia, tomándola como norma y guía. ¿Lo
hacemos en nuestros hogares, para tener familias influyentes?
¡Padres, instruyamos a nuestros hijos!
(Proverbios 22:6; Deuteronomio 6:6-7). Esto es necesario porque los hijos
vienen a este mundo sin conocimientos, sin estructuras morales o espirituales.
La enseñanza verdadera va más allá de lo teórico; es enseñar cómo se hacen las
cosas, que se hagan bien y que se disfrute satisfacción hacerlas. La práctica y
el ejemplo son esenciales. Cristensen, en su libro, La Familia Cristiana, dice
que los conocimientos llegan a ser parte de las personas por medio de libros;
pero la sabiduría, sólo por el trabajo. Debemos ofrecer a nuestros hijos la
oportunidad de adquirir sabiduría, tan necesaria para una vida de éxito,
poniéndoles a trabajar a temprana edad, no para que se sientan esclavos nuestros,
sino partícipes de la familia, trabajando hombro a hombro con sus padres y
demás hermanos. A mí me ha ayudado mucho este principio: “Lo que merece
hacerse, merece hacerse bien, y lo que merece hacerse bien, merece que se haga
perfectamente bien”.
Las virtudes que necesitamos ejemplificar para
nuestros hijos son: La humildad—mansedumbre (para que sepan humillarse delante
de Dios para salvación), arrepentimiento, fe, paciencia, benignidad, amor, gozo,
paz, templanza, y más. Sólo mientras vivimos, podemos dar una herencia
espiritual a nuestros hijos y nuestros nietos.
De un tiempo a esta parte hay varones de Dios
que están impartiendo una “gira” en Chile, que están entregando un “Mensaje” de
verdaderos valores, defendiendo lo que nadie se atreve a defender, con lenguaje
a veces del vulgo, no por grosería, no por ordinariez; sino por decirle sin
tapujos ni rodeos a las autoridades, al césar mismo si es necesario que los
derechos de la familia están inspirados y creados por el creador de la vida y no
es un caprichito que se le ha otorgado al hombre en su libre albedrío, los
valores de la Familia es una Institución impuesta por Dios y quien las viole,
tendrá que comparecer ante el tribunal supremo del cielo y dar cuenta por todas
las almas que se perdieron, que pudieron salvarse, que se desviaron o dudaron
por los argumentos entregados por ciertos defensores de “Derechos Humanos”.
Los valores de la familia comienzan en nuestra
casa, no en las escuelas; en las escuelas nuestros hijos se van a enriquecer su
educación, esa educación primaria y soberana que será nuestra raíz de la que
dependerá todo nuestro árbol genealógico y que será la esencia de nuestras
futuras generaciones. El mejor principio es Dios es nuestras vidas y el mejor
hogar para ella es la Iglesia, la Iglesia que tiene una Raíz pura, santa y con Sana
Doctrina.
Cristián Merino Vega
CNCrtv
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